Habían llegado hasta mí palabras de elogio sobre Marta de Diego, y cuando recurrí a ella, esa buena imagen, que me habían trasmitido, se convirtió en una realidad incontestable. Su profesionalidad, su buen hacer, su gran empatía, su compasión, su humildad, su conocimiento amplio del mundo de las emociones, su anclaje en la tierra desde el conocimiento y el convencimiento pleno de lo qué somos, hacen de sus palabras un magnífico instrumento para hacer senJr a uno, que solamente uno es el protagonista de sus decisiones y el artífice de su sanación, buscando el fortalecimiento de la autoestima, el amor incondicional a cuanto nos rodea, y la libertad en nuestro caminar. En la humildad de sus palabras, radica su porte de maestra, título que no le gusta oír, pero que se merece.